Inmerso en el insomnio cotidiano que me asola espero al enjambre que me envuelva como cantaba 091. Sin saber cómo me quedo paralizado en el seno de una sensación vital apocalíptica.
No puedo avanzar ni retroceder, no me quiero esconder ni puedo afrontar. Soy un montón de escombros producto del impacto recibido por la triste certeza de saber que no puedo escribir mi propio destino y que nadie me ha pedido permiso para diseñar mi vida. Todo se reduce a una sola cosa. Tiempo. Única y exclusivamente tiempo. No quiero nada más, sólo pido tiempo.
Una vez que mi cuerpo se ha rendido, me duermo buscando el botón que no existe, ese que desactiva temporalmente uno de mis dos hemisferios cerebrales.
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