Nos juntamos un día los hipócritas a comer unas salchichas y hamburguesas. Llevamos vino, algunas cervezas, gaseosas y de postre un poco de helado. No sé muy bien cómo al final termino en esos lugares donde la conversación empobrecida se tiñe de chistes malos y fáciles.
Yo, sinceramente me concentré en las salchichas y pensaba, mientras las veía explotar, sobre la capacidad voluntaria que tenemos de perder el tiempo y perderlo mal. O sea. Es verdad que ultimamente no me apetece nada hablar de energías positivas y negativas, ni de el karma ni ocho cuartos; pero tampoco tengo ganas de escuchar en vez de pollo, polla y unas risas comediantes que aplauden el error. No me hace gracia. No me hace nada de gracia el doble sentido. ¿Por qué tenemos que hablar en doble sentido? ¿No tenemos cojones para decir las cosas como son?
Yo, metido en el medio. Los miraba, observaba como uno a uno engullían las hamburguesas sin pensar en nada más que en reírse el uno del otro.
Y ahora que se terminaba todo, y todos estaban borrachos y cansados yo quise hablar de bueyes perdidos, no sé. Algunos lloraron, otros optaron por irse a dormir y a otro lo mandé al carajo, simplemente porque ya se había acabado la hora de la estupidez.
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